Jorge antes de ilegales


Jorge antes de Ilegales.
Madson



Comíamos chocolate y jugábamos a los indios.

Justo a la vez que el coronel Parker firmaba su famoso contrato con Elvis Presley y Sam Philips veía esfumarse su contoneante mina de oro rockera, llegaba al mundo Jorge Martínez. Como si fuera una especie de efecto mariposa, el niño que nacía en Avilés terminaría siendo uno de los mejores guitarristas, letristras, e intérpretes de rock que ha dado España.
Aquello ocurría un primero de mayo del año 1954.
Ya en los primeros años 60, estaría Pete Best montando su batería en un garito de la Reeperbahn para debutar con los Beatles, cuando la señorita Jovita sufrió los primeros bromazos de Jorgito, uno de los cuatro hermanos Martínez, que disfrutaba arrojando objetos contundentes, montando nidos de ametralladora imaginarios en los puntos estratégicos de su casa y estudiando afanosamente cómo no estudiar.

Un cuchillo que se llama educación.

Inquieto y jugón, el niño que tiraba piedras sólo tenía momentos de calma en las verbenas, cuando el guitarrista de la orquesta interpretaba canciones de los Shadows. Mientras los mayores bailaban para escamotear un roce de nalga o sentir distraídamente el calor de un pubis a través de la ropa, el gamberrete se hacía pasar por un monstruo formalito, soñando con ser Hank Marvin, sin saber todavía quién era ese señor… Esos momentos de atención concentrada eran algunos de los escasos instantes de paz de Jorgito, que se pegaba a la boca del escenario para no perder ni uno sólo de los sonidos que provocaba la palanca de vibrato. Ahí empezó su idilio con la música.
Los bromazos de alto riesgo y los malos resultados académicos, dieron con los huesos de Jorge en un internado, donde el idilio con la guitarra terminó de confirmarse gracias a la gran cantidad de horas muertas que proporcionan esos centros de reeducación… Y se colocaron las bases autobiográficas de algún verso de “El gran capullo en persona”, de algunas estrofas de “Destruye”, o incluso de toda la letra de “Un cuchillo llamado educación”. Pero claro, nadie podía imaginarlo en aquel momento.
Ya que la única manera de amansar a la fiera era la música, se le dio vía libre para compaginar oficialmente la guitarra con sus estudios, así que se “legalizó” la situación de la manera pertinente en aquellos tiempos de funcionariado militarizado, es decir, que Jorge tuvo que obtener su carnet de variedades mediante examen (para poder actuar como guitarrista) y como la edad no daba para más, se le clasificó como “niño prodigio”, un calificativo que le tuvo avergonzado hasta que la mayoría de edad le permitió eludirlo.

Me salen granos y me siento muy mal.

Aunque la música melódica y el protosurf tenían su gracia, que se mantuvo presente hasta grabaciones de Ilegales, como por ejemplo 'El fantasma de la autopista' pero el rock vino al rescate y aún el día de hoy Jorge Ilegal recuerda la primera vez que escuchó el 'Black is Black' de Los Bravos. La energía y la violencia de la canción, cuyas guitarras fueron interpretadas en la grabación por el mismísimo Jimmy Page (eso dicen las leyendas) antes de formar parte de Led Zeppelin, conquistaron a un guitarrista en ciernes, que desde aquel momento no paró hasta convertirse en guitarrista de rock y empezó la búsqueda del riff perfecto... como años después se pudo comprobar en 'Soy un macarra'.
Curtido en el escenario desde bien joven con las orquestas de baile, la eterna repetición de su repertorio pachanguero dio origen a “Odio los pasodobles”; ese odio visceral por el folklore español más típico y tópico, quedó personificado en Manolo Escobar (que aún hoy sufre sus invectivas en cuanto surge su nombre) o en Marujita Díaz (que tuvo la desgracia de compartir plató con el Ilegal en un programa de televisión y se llevó puesto el apelativo de “molusco”)… Pasan los años y todo se tuerce cuando a Jorge Ilegal se le mencionan los pasodobles y, ciertamente, la canción que los menciona es la única del repertorio de Ilegales en que SIEMPRE se equivocan en algún compás, aunque no se note desde fuera del escenario.

Busqué un acorde, perdí mi banda.

La “mili”, el servicio militar, que en el primer lustro de los 70 era más que obligatorio en España, interrumpe la trayectoria musical de Jorge por dos años. Ser alto y leído, cosa poco vista en el recluta medio de la época, le catapultó hacia el Estado Mayor, donde acaparó el cargo de buscavidas sin rango militar y mucho mando en los burdeles. Idóneo para escoltar a los oficiales y con los entorchados de oro lo bastante cerca como para disfrutar ciertos privilegios, se libró de los servicios que suelen estropear las manos de los guitarristas y, aunque la suerte no le dejó de lado, casi se terminó al acompañar fugazmente a una brigada aerotransportable en su viaje a África, donde se libró por muy poco de entrar en fuego, aunque conoció el terreno lo bastante de cerca como para encontrarse con Gargantaseca y descubrir que “África paga”.
El regreso a Asturias después de la desmovilización hubiera podido ser el regreso a los pasodobles, a los conciertos en remolques de tractores y a las allnighters de extrarradio; pero gracias a Madson, fue la llegada a las borracheras que degeneraban en peleas, a los amplificadores a todo volúmen… Volver a casa fue llegar al rock and roll, pero con entrenamiento profesional para pelear, así que Madson sólo podía ser un grupo demoledor, rockero en melodías, punk en actitud y generoso, pero que muy generoso en decibelios…
Pero la vida de Madson fue corta y poco lucida. Paralelamente a lo mucho y rápido que se movían las cosas en la España de entonces, había cantidad de cosas que contar, ganas de evadirse de una realidad tan problemática como peligrosa, y era necesaria la convivencia de chorradas como “No agarres la mierda con la mano, baby, te puedes quedar pegado”, con la crónica descarnada de “Tiempos Nuevos, Tiempos Salvajes”, canción que se forjaba en aquellos tiempos junto al nuevo nombre del grupo; en castellano como la mayoría de sus cada vez más interesantes letras: Los Metálicos.

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